09 agosto 2006

CONCIENCIA REVOLUCIONARIA PARA LA BATALLA

Cualidad imprescindible.

Artículo, en la zaga de trabajos sobre las virtudes necesarias para vencer en esta guerra contra el imperialismo.

por, Martín Guédez
(09-08-2006)


La vida cotidiana del pueblo revolucionario se desarrolla, ordinariamente, entre dos extremos; no son pocos los que no ven la revolución por ninguna parte y se hunden en el desaliento; tampoco faltan los que ven revolución en todas partes y no captan los problemas. Al final, ambas tendencias ponen en evidencia la falta de una conciencia sólida. La revolución está donde quiera que un revolucionario haga la Revolución.

Esa afirmación llena de esperanza es lo más revolucionario y novedoso que podemos sostener ante tanta incredulidad y tanta credulidad de ocasión. Esa es nuestra lectura consciente. Dicen que un optimista es un tonto feliz. Tonto, porque en su lectura de la realidad histórica y cotidiana, se le escapa todo cuanto ésta tiene de trágica, y feliz, porque al hacer esta reducción no permite que la realidad lo inquiete. Un pesimista sería entonces un tonto desgraciado. Tonto, porque no acierta a descubrir las posibilidades de lo real que tiene delante de sí, y desgraciado, porque se cierra a toda novedad y se condena a una existencia sin horizonte.

El optimista anticipa injustificadamente el éxito y el pesimista anticipa –también injustificadamente- el fracaso. Un revolucionario con sólida conciencia no es ni pesimista ni optimista. La conciencia le permite ubicarse lúcidamente en medio de un proceso donde éxitos, fracasos, heroísmos y traiciones se multiplican a su alrededor. La conciencia le proporciona suficiente solidez como para librarse del optimismo tonto y del pesimismo masoquista. La conciencia revolucionaria lo ancla sólidamente en su experiencia de amor. Un revolucionario consciente es un ser de esperanza. La esperanza no es ni optimista ni pesimista, es sencillamente otra cosa.

Desde ya quisiéramos anticipar que la intensión de este mensaje consiste en ver como podemos, con conciencia, ser revolucionarios y revolucionarias de hermandad, de esperanza –serlo y generarla a nuestro alrededor-, en un proceso donde lo más razonable está siendo cada vez más la desesperanza o las salidas tontas y tremendistas. Resistir a la desesperanza y fundamentar esa resistencia en la conciencia es uno de los retos más serios que tenemos en estos momentos.

Puestos en el cruce de dos rutas: aceptación de las cosas sin luchar o disponerse al combate por amor, será la conciencia la que nos hará elegir el camino correcto. El primer enemigo que debemos vencer es la rutina. Todo lo que se repite se gasta. Todo lo repetido pierde novedad y termina siendo aceptado por costumbre. No podemos acostumbrarnos a las sombras que imponen la corrupción o la indolencia. Cuando algo se gasta se anula nuestra voluntad para buscar la verdad como la danta busca la corriente de agua. Cuando las cosas se aceptan por costumbre se pierde la capacidad del asombro, que es la capacidad de discernimiento. ¿Qué debemos hacer? ¡Vivificar! ¡Estudiar! ¡Profundizar! ¡Sembrarnos el corazón y la mente de conciencia!

La condición revolucionaria se verifica en nuestra conciencia y ésta, en el modo de vivir nuestro compromiso. Un revolucionario tiene que atornillar en su corazón una regla de oro: Amar la revolución es amar a los hermanos. Todo lo demás es reduccionismo simple. En nuestros hombres, mujeres y niños servimos a la revolución, en ellos le cantamos, en ellos nos ofrecemos. No debemos deslizarnos por extremos tontos. No cabe duda del valor que tiene cada "árbol del bosque". Tanto, que sin ellos en su conjunto no habría bosque, pero no nos debe caber duda: el bosque es la revolución socialista para una sociedad justa, solidaria y llena de amor. Amor servicio, amor bondad, amor ternura, amor comprensión, amor alegría, amor ilusión, amor entrega, amor irrefrenable por Venezuela.

por, Martín Guédez


Moral y disciplina de los combatientes revolucionarios

Por: Ernesto (CHÉ) Guevara
[Verde Olivo, 17 de marzo de 1960.]

Todos conocen lo que fue nuestro Ejército Rebelde. Por familiar, casi se desprecia la gesta de nuestra emancipación, lograda sobre la sangre de veinte mil mártires y el empuje multitudinario del pueblo. Hay, sin embargo, razones profundas que hicieron realidad este triunfo. La dictadura creó los fermentos necesarios con su política de opresión de las masas populares para mantener el régimen de privilegios. Privilegios de paniaguados, privilegios de latifundistas y empresarios parásitos, privilegios de los monopolios extranjeros iniciada la contienda, la represión y brutalidad del régimen aumentaron la resistencia popular lejos de disminuirla; la desmoralización y desvergüenza de la casta militar facilitó la tarea; las agrestes montañas de Oriente y la impericia táctica de nuestros enemigos, hicieron lo suyo. Pero esta guerra la ganó el pueblo por la acción de su vanguardia armada combatiente, el Ejército Rebelde; y las armas fundamentales de este Ejército eran su moral y disciplina.

Disciplina y moral son las bases sobre las que se asienta la fuerza de un ejército, cualquiera que sea su composición. Examinemos ambos términos: la moral de un ejército tiene dos fases que se complementan mutuamente; hay una moral en cuanto al sentido ético de la palabra y otra en su sentido heroico; toda agrupación armada, para ser perfecta, tiene que reunir ambas.

La moral en cuanto a ética ha cambiado en el transcurso de los tiempos y de acuerdo con las predominantes en una sociedad dada. Saquear las casas y llevarse todos los objetos de valor era lo correcto en la sociedad feudal, pero quien les llevara las mujeres como prenda, habría faltado a sus deberes morales, y un ejército que lo hiciera como norma, estaría viviendo al margen de la época. Sin embargo, tiempo antes de esto era lo correcto y las mujeres de los vencidos pasaban a formar parte del patrimonio del vencedor.

Todos los ejércitos deben cuidar celosamente su moral ética, como parte sustancial de su estructura, así como factor de lucha, como factor de endurecimiento del soldado.

La moral en un sentido heroico es esa fuerza combativa, esa fe en el triunfo final y en la justicia de la causa que lleva a los soldados a efectuar los más extraordinarios hechos de valor.

Moral de lucha tenían los «maquis» franceses que emprendieron la lucha en condiciones difíciles, aparentemente sin esperanzas, abrumadoramente adversas y, sin embargo, por la convicción de que peleaban por una causa justa, por la indignación que provocaban en ellos los crímenes y las bestialidades de los nazis, supieron mantener la acción hasta vencer.

Moral de lucha tenían los guerrilleros yugoslavos que con el país ocupado por una potencia cincuenta veces superior se lanzan a la lucha y la mantienen, sin desmayo, hasta vencer.

Moral de lucha tienen los defensores de Stalingrado que con fuerzas varias veces inferiores, con el río a la espalda, resisten la abrumadora y larga ofensiva, defienden cada colina y cada zanja, cada casa y cada cuarto de las casas, cada calle y cada acera de su ciudad hasta que el ejército soviético puede montar la contraofensiva, tender el gigantesco cerco y destruir, rendir y tomar prisioneros a los atacantes.

Moral de lucha, si se quiere un ejemplo distante, es la de los defensores de Verdún, que rechazan una ofensiva tras otra y detienen a un ejército muchas veces superior en número y armamentos.

Moral de combate la que tuvo el Ejército Rebelde en las sierras y llanos de nuestros campos de batalla. Y eso mismo es lo que le faltó al ejército mercenario para poder hacer frente al aluvión guerrillero. Nosotros sentíamos el verso vigoroso de nuestro himno nacional: «Morir por la patria es vivir»; ellos lo conocían por cantarlo, pero no lo sentían en su interior. El sentimiento de justicia en una causa y el sentimiento de no saber por qué se pelea en la otra, establecían las grandes diferencias entre ambos soldados.

Entre los dos tipos de moral, la moral ética y la moral de lucha, hay un nexo de unión que las convierte en un todo armónico: la disciplina. Hay distintas formas de disciplina pero fundamentalmente, hay una disciplina exterior al individuo y otra interior a él. Los regímenes militaristas trabajan constantemente sobre la exterior. También aquí se notaba la enorme diferencia entre dos tipos de ejércitos; el de la dictadura, practicando su moral, su disciplina cuartelaria, exterior, mecánica y fría y el guerrillero, con su notable disciplina exterior grande y una interior grande; esto rebaja automáticamente su moral de lucha. ¿Lucha por qué y para qué? ¿Luchar por mantener ciertas prebendas de nivel íntimo en el soldado? ¿El derecho a expoliar, a cobrar por la bolita, a tener algunas participaciones en la valla, el derecho a hacer el ratero uniformado? pero por ese derecho la gente no pelea sino hasta un momento determinado; hasta que se le exige el sacrificio de la vida...

Del otro lado un ejército con una enorme moral ética, una disciplina exterior inexistente y una rígida disciplina interior, nacida del convencimiento. El soldado rebelde no bebía, no porque su superior lo fuera a castigar, sino porque no debía beber, porque su moral le imponía el no beber y su disciplina interior reafirmaba la imposición de la moral de ese ejército, que iba sencillamente a luchar porque entendía que era su deber entregar la vida por una causa.

Fue puliéndose la moral y cimentándose la disciplina hasta hacerse nuestro ejército invencible, pero vino la paz, producto del triunfo, y se inició el gran choque entre dos conceptos y dos organizaciones: la antigua, de disciplina exterior, mecánica, sujeta a moldes rígidos y la nueva, de disciplina interior, sin moldes pre-establecidos. De ese choque surgieron las dificultades de todos conocidas en cuanto a la estructuración final de nuestro Ejército. Hoy se ha superado el problema, después de analizado y comprendido. Estamos tratando de dar a nuestras fuerzas armadas rebeldes, el mínimo de disciplina mecánica necesaria para el funcionamiento armónico de grandes unidades con el máximo de disciplina interior, proveniente del estudio y la comprensión de nuestros deberes revolucionarios. Hoy como ayer, aunque exista un aparato que se dedique específicamente a castigar las faltas, la disciplina no puede ser dada de modo completo por un mecanismo exterior, sino lograda por el afán interior de superación de todos los errores cometidos. ¿Cómo lograr esto? Es tarea paciente de los adoctrinadores revolucionarios que vayan sembrando en la masa de nuestro Ejército las grandes consignas nacionales.

Como todos los ejércitos del mundo debe éste, nuestro Ejército, respetar a sus superiores, obedecer las órdenes inmediatamente, servir infatigablemente en el lugar donde se lo sitúe -pero debe además ser un juez y un investigador de la sociedad. Investigador en cuanto a que mediante su contacto con el pueblo pueda averiguar todos los sentimientos de éste, para comunicarlo a la superioridad con un sentido constructivo, juez en cuanto a que tiene la obligación de denunciar toda clase de abusos cometidos fuera o dentro del ejército, para tratar de eliminarlos. En esta tarea diferente del Ejército Rebelde es donde se prueban las virtudes de la disciplina interior que tiene como meta el perfeccionamiento total del individuo. Igual que en la Sierra, no debe beber el Rebelde, no por el castigo que pueda aplicarle el organismo encargado de hacerlo, sino simplemente porque la causa que defendemos, que es la causa de los humildes y del pueblo nos exige no beber, para mantener despierta la mente, rápido el músculo y en alto la moral de cada soldado, y debe recordarse que hoy, como ayer, el Rebelde es el centro de las miradas de la población y constituye un ejemplo para ella. No hay ni puede haber un gran Ejército, si no está convencido el grueso de la población de las virtudes inmensas del que hoy tenemos. Nuestra agrupación armada no acaba en los límites precisos en que un hombre deja el uniforme; tenemos al pueblo entero con nosotros y debemos disponer de él, debemos hacer que para ese pueblo, obrero, campesino, estudiante, profesional, sea un honor empuñar el arma que le permita luchar en algún caso al lado de los que están uniformados en las Fuerzas Armadas. Debemos ser, pues, guía de la población civil. Mucho más difícil que pelear, mucho más difícil aún que trabajar en las áreas pacíficas de construcción del país, es mantener la línea necesaria sin desviarse un centímetro de ella durante todas las horas de cada uno de los días. Cuando se logre en todas nuestras Fuerzas Armadas la cohesión suficiente y a nuestra moral de lucha se agreguen una alta moral ética con el complemento necesario de las disciplinas interior y exterior, se habrá logrado la base firme y duradera del gran ejército del futuro, que es el pueblo entero de Cuba.


[Verde Olivo, 17 de marzo de 1960.]

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