21 febrero 2009

UNIDAD LATINOAMERICANA

Un tema para discusión...

No podemos seguir viviendo la alucinación del formalismo de las instituciones y de la vida común impregnados de duplicidad, que no es otra cosa que palabras huecas que llenan las páginas de nuestras constituciones y libros santos, pues ellas, las palabras aladas hacen de la mentira una actitud vital para vivir.


Por: José Oswaldo Del Grosso

...no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer...
-Simón Bolívar-
Discurso de Angostura -1819

De muchas formas los latinoamericanos somos desde hace siglos una innegable unidad vibrante y llena de contradicciones que nos impulsan a evolucionar. Aparte de las relaciones económicas y políticas, más importante que todo ello es que nuestro principal rasgo de vida es cómo perviven en nosotros las tres grandes culturas fundadoras de la América Naciente.

A partir de los dueños originarios de estas tierras, del invasor y del colonizador español que había fusionado en sí, entre otros, al latino y al moro; y del negro africano, este continente vio nacer la fusión en carne viva de tres culturas que se han desarrollado de manera particular hasta nuestros días.

Nos hacen uno el trópico, nuestra manera fresca de ser en el mundo, el sueño de la libertad, la lengua castellana enriquecida con vocablos indígenas y africanos, la variedad de alimentos e ingredientes comunes que forman parte de nuestra dieta cotidiana, la alegría, la solidaridad, nuestra sensibilidad, nuestra capacidad para expresar nuestras emociones, los bailes, la música, la poesía, la pasión, la manera de expresar el amor hacia nuestras mujeres, la creación artística, la búsqueda de una identidad…

Por encima y más allá de todo, Nuestro nombre es: Bolivia, Guatemala, Cuba, Chile…; nuestro segundo nombre: Mérida, Cali, Sao Paolo, Montevideo, Cochabamba, Miranda…; nuestro primer apellido: Humanidad; el segundo: Americanos. Somos la diversidad, somos hijos de la diversidad.

Desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia somos AMERICANOS, somos hijos de este gran continente, de la misma tierra que nos parió en lo nuevo, en la fusión y enriquecimiento de diversas razas y culturas. Somos con orgullo LATINOAMERICANOS.

Mientras los extranjeros, los bárbaros del norte, los que se alienaron, aquellos que no tienen nombre de país, sino que se nombran impersonalmente como un grupo de estados que se han unido para seguir conquistando lo inconquistable; hablan sólo de dinero, de globalización en el sentido de una sola cultura y un solo pensamiento simplista y decadente, nosotros vibramos, sentimos y vivimos la una unidad en la riqueza espiritual y los ritmos de nuestra propia diversidad como hijos de la Madre Tierra y del Padre Mundo.

Así como exaltamos lo que nos une y calificamos como bueno, no podemos negar que también nos hace uno, aunque con frecuencia nos desune, lo que calificamos como malo: la violencia, el sentirnos menos y el vivir con miedo.

Si bien hubo asombro cuando propios del lugar y españoles se encontraron por primera vez, es innegable que la violencia también se hizo se presente. No sólo porque aquellos invasores eran de la peor calaña de España: asesinos, violadores, ladrones, oportunistas, desadaptados sociales…; sino porque tenían en la cabeza, igual que los anglosajones, la creencia de tener derechos de conquista, de regir las vidas de aquellos de origen diverso al de ellos. Desde entonces hemos vivido una resistencia implícita o abierta, luchando contra los fantasmas que pululan nuestras mentes que se proyectan sobre personas concretas, formalidades, instituciones, educación, símbolos y mitos.

Con la misma ceguera del niño que aún no ha superado el egocentrismo y que desconoce el nosotros y más aún lo que en realidad es el Ellos, los invasores de mente enferma y atormentada buscaron la paz del alma en las riquezas y en la supuesta seguridad psicológica que podía aportarles la reproducción de la sociedad europea en América.

Desde entonces, la locura, la enfermedad social no han dejado de estar presentes entre nosotros, robándonos el verdadero sentido de la vida, de un reconocimiento de nuestra propia identidad.

El español que vino a estas tierras, dejó de ser español. Jamás pudo ser el mismo desde que puso sus pies aquí en América, quedándole como vínculo con España etéreos recuerdos, apegos y añoranzas; de allí su querer reproducir en todas partes de Latinoamérica a Barcelona, a Mérida, a Valencia, a Pamplona, a Guadalajara, a Villanueba, a Córdoba… con todo lo que ellas eran. Por negar su situación jamás pudo ser feliz entre nosotros y como salida de su frustración, como infante que era, quiso imponerse por la fuerza de las armas, la violencia de la sangre… En la confusión de su identidad, del no saber quién era, no se le ocurrió otra cosa que demostrar que ser hombre no era otra cosa que seguir el arquetipo del patriarca o como dicen algunos entre nosotros en la calle: “Ser hombre es ser macho”.

Por su parte ni las mujeres ni los hombres dueños de estas tierras ni las mujeres ni los hombres desarraigados del África, nunca se hicieron españoles. Los invasores podían haberlos sometido físicamente, pero nunca doblegaron ni su alma ni su espíritu. Podían ser dueños de sus cuerpos, pero jamás de sus mentes. Sus almas, sus espíritus, sus mentes y sus cuerpos crearon lo que es hoy Latinoamérica, lo que yo soy, lo que usted es, lo que somos.

Pero debemos sanar, sanar nuestras almas, nuestros espíritus, nuestras mentes, nuestros cuerpos, conociéndonos a nosotros mismos, primero reconociendo que en el tiempo hemos sido “indios”, “españoles”, “africanos”, “moros”, “latinos”, “griegos”, “italianos”… fusionados de forma original y creativa para dar lugar hoy al “Somos Latinoamericanos”.

Seguiremos siendo enfermos mientras odiemos, mientras en nosotros añoremos a Europa o queramos ser lo que nunca hemos sido ni seremos: anglosajones alienados del norte de América y de Europa.

No hay razón hoy día para que como nuestros antepasados sigamos añorando tierras, costumbres, recuerdos y apegos de una España que dejó de existir hace mucho. Ya es hora de que vivamos nuestra propia Barcelona, nuestra propia Mérida, nuestra propia Valencia, nuestra propia Cartagena, nuestra propia Pamplona… y desde luego, nuestra propia Buenos Aires, Quito, Tegucigalpa, Managua, Bogotá, San Juan, La Habana…

Es hora de la reconciliación interior y exterior para poder crecer y no seguir atados a un pasado, el cual no sólo ha dejado de ser nuestro, sino que nos destruye.

Necesario es escuchar palabras sabias como las que pronunció Epicteto hace alrededor de dos mil años: “Concédeme la serenidad de aceptar lo que no puedo cambiar, el valor de cambiar lo que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”.

No podemos cambiar nuestro pasado, pero sí podemos cambiar nuestro presente y con ello sentar las bases para un futuro más sano, uno con la frente en alto, que reconozca y supere lo negativo: la viveza criolla que no es más que un vivir a la defensiva, una actitud de resistencia al bárbaro que nunca llegó a la pubertad y que en el presente se ha convertido en defensa contra y entre nosotros mismos, en el mal de aprovecharnos y robarnos a nosotros.

No podemos cambiar nuestro pasado, pero sí podemos dejar de sentirnos menos sabiendo que ni el lugar en que vivamos, ni la clase social, ni la raza, ni la religión, ni el sexo, ni ningún complejo de los traídos por los confusos invasores y colonizadores europeos nos hacen superiores o inferiores, mejores o peores. Sólo elevar y ampliar nuestra consciencia de lo que somos, dónde vivimos, cómo vivimos y con quién vivimos nos dará la grandeza de Ser sin necesidad de compararnos.

También es hora de tener el valor de relacionarnos. Nuestros antepasados nos enseñaron que había que vivir a la defensiva, que había que sentir miedo y hacer sentir miedo, que lo importante era el poder y el control sobre los demás y si miramos a algunos de ellos en Europa y sus descendientes al norte de América, veremos que por miedo siguen luchando por definir las relaciones interpersonales, el cómo relacionarnos, en el mundo, en lugar de abrirse al calor de las relaciones humanas. No hay que temer sino a nuestro miedo.

Hay que abandonar esa falsa creencia de que no se es nadie si no se es autocrático, machista o feminista, violento; de que no se es nadie si no nos tienen miedo como lo vemos con frecuencia en el cura que nos asusta con el infierno y el pecado; los docentes con el castigo y la nota; el jefe con despedirnos; el policía con el rolo y el revólver; los partidos políticos y sus supuestos líderes con desastres apocalípticos, USA con invadirnos… pobres de espíritu son, poca cosa son, que no tienen recursos para ser y ser capaces de abrirse a las relaciones.

Ya es hora de dejar de ser víctimas, de lloriquear, de quejarnos, de ser pasivos y fatalistas, de andar buscando salvadores, de llevar muletas o andar en sillas de ruedas, porque nuestras piernas son sanas y fuertes, porque si nos quitamos de encima los complejos de nuestros ancestros somos capaces de pararnos sobre nuestros pies y andar con paso firme.

Ya es hora de que los historiadores dejen de contarnos sus historias infantiles de un solo héroe, porque nuestra independencia formal la logramos entre todos, quedando pendiente nuestra independencia mental.

Es hora de que los intelectuales dejen su egolatría y su ignorancia infantil para abrir los ojos al nosotros y adquieran una consciencia social que muestre y demuestre que en verdad viven entre nosotros.

Es hora de que abandonemos los cuentos de hadas de las ideologías y nos quitemos de encima los hechizos de malvados brujos negros que nos han hecho creer que la esencia de la vida es la riqueza y el dinero y que como minusválidos psicológicos que son han hecho girar nuestras vidas alrededor de la economía y la política. Es una ilusión y lo será el que después que seamos capitalistas o comunistas seremos felices. Si no amamos, si no vivimos y sentimos, seguiremos viviendo la indigencia del alma, del espíritu…

Si somos justos con nosotros mismos y abrimos los ojos, no podemos seguir comprometidos con un sistema social que a través de la economía alimenta sólo condiciones materiales y con ella la injusticia y la explotación, secuestrando nuestro bienestar anímico.

Es necesario que soltemos la falsa confianza que supuestamente proporciona la disociación psicótica del actuar como sí y que nos arrebata lo que sí somos. No podemos seguir viviendo la alucinación del formalismo de las instituciones y de la vida común impregnados de duplicidad, que no es otra cosa que palabras huecas que llenan las páginas de nuestras constituciones y libros santos, pues ellas, las palabras aladas hacen de la mentira una actitud vital para vivir.

Es hora de reír, de reír en serio para conjurar el maleficio del miedo. De hacer y trabajar con placer para quitarnos las cadenas de la resistencia al trabajo y la colonización mental.

No podemos cambiar a los demás, pero podemos empeñarnos en cambiarnos a nosotros mismos, abandonar la imagen que nos hemos construido para ser con dignidad y luchar por ser auténticos sin complejos en esa gran Humanidad que hay en SER LATINOAMERICANOS.


Por: José Oswaldo Del Grosso
Profesor Titular de la ULA

¡LA PATRIA ES LA AMÉRICA!

¡ESTAMOS VENCIENDO!

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